viernes, 6 de junio de 2014

Una Tarde en la Montaña








    Una tarde en la montaña, me contaron que los árboles fueron a hablar a un corazón sensible, amoroso y dispuesto a escuchar.

Casi susurrando, los árboles se postraron ante este corazón y, saludándole con un bello gesto, le empezaron a contar que ellos, los árboles, están llenos de vida, tan llenos de vida como este corazón, quien sonrió al sentir esta verdad. Siguió sonriendo cuando los árboles, muy parlanchines, le contaban que deseaban ser abrazados, cuidados, escuchados… “¡Y quién no!”, pensó aquél corazón. Antes de retirarse, se saludaron de nuevo con un amoroso gesto, honrándose ambas partes y agradeciendo el encuentro.

Tras el tronco de un árbol, aparecieron hadas y duendes, juguetones, tímidos, como pidiendo permiso para ser escuchados también. Y le contaron… le contaron a ese corazón que son pequeños y que los pasos y pisadas fuertes les asustan. Ellos, hadas y duendes, viven en los bosques, en la Naturaleza, y les encanta jugar con los humanos, pero sus pasos fuertes les asustan. “Caminad en armonía”, le pidieron al corazón. Antes de retirarse, se despidieron con un amoroso gesto, honrándose ambas partes y agradeciendo el encuentro.

Y entonces se acercaron los Guardianes de aquella Montaña, honrando a aquel corazón que era capaz de escuchar y sentir. “Invita a tus hermanos a caminar por nuestros senderos, en las montañas, bosques, caminos,… siempre estamos, siempre hay guardianes que los van a proteger, a cuidar, a enseñar. No tengan miedo, les invitamos a convivir en armonía. Les estamos esperando”. Tras estas palabras, antes de retirarse, se despidieron con un amoroso gesto, honrándose ambas partes y agradeciendo el encuentro.

Y escuchó este corazón también a las sirenas que saludaban desde el lago cercano, afinó sus sentidos para comprender el mensaje de aquellos seres… “Cuéntanos tus procesos, entréganos tu dolor, tu tristeza,… con nuestra hermana agua te limpiaremos.” Y así, tomando conciencia de esta gran ayuda ofrecida por las sirenas, antes de retirarse, se despidieron con un amoroso gesto, honrándose ambas partes y agradeciendo el encuentro.

Aquél corazón, sin perder la sonrisa, escuchó a cada uno de los seres que vinieron a hablarle… y sonriendo, se levantó de aquella roca en la que estaba sentado y caminó por la montaña de forma armoniosa, sin hacer mucho ruido para que los duendes y las hadas no se asustaran, abrazando a los árboles, contándole a las sirenas aquellos sentimientos que aún le atormentaban… y bajó la montaña así, sonriendo.